Libérate a ti
mismo (1932)
Dr. Edward Bach
También traducida por “Libérense a Uds.
mismos”, en este trabajo el Dr. Bach desarrolla y profundiza su concepción
contenida en “Cúrate a ti mismo”, y viene a completar lo expuesto en “Sois
víctimas de vosotros mismos”. Aquí el Dr. Bach nos trasmite su enfoque acerca
de que la enfermedad es una inferencia en el libre desarrollo de la enfermedad.Titulo original “Free Thyself”.
(Nota: Dado
que la descripción de las flores que aparece en el capitulo 12 de este Escrito
no es la última versión que quiso dejarnos E. Bach de las mismas, se ha omitido
dicho capítulo para no confundir al lector)
Introducción
Es imposible expresar la verdad con palabras. El autor de este libro no tiene
la intención de sermonear, ya que, de hecho, desprecia este método de la comunicación
del conocimiento. En las siguientes páginas, el autor ha intentado indicar, de
la manera más clara y sencilla posible, el sentido de nuestra vida, así como la
finalidad de las dificultades con las que somos enfrentados y los medios con
los que contamos para poder restablecer nuestra salud. Y, en la práctica, desea
indicarnos cómo cada uno de nosotros se puede convertir en su propio médico.
Capítulo 1.
Nada más sencillo que eso. La Historia de la Vida
Una pequeña niña ha decidido pintar
a tiempo un cuadro de una casa para el cumpleaños de su madre. En el espíritu
de la pequeña niña la casa ya está pintada. Ella conoce hasta los más mínimos
detalles de la casa, y ahora debe transportar esa idea al papel.
Coge su caja de pinturas, el pincel
y un trapo y, llena de entusiasmo y felicidad, se pone al trabajo. Toda su
atención y su interés se concentran en su labor, nada puede desviarla de lo que
está realizando en ese momento. El cuadro está puntualmente listo para el
cumpleaños. La niña ha plasmado su idea de la casa tan bien como ha podido. Es
una obra de arte, ya que lo ha pintado ella sola, cada pincelada era el fruto
del amor que sentía hacia su madre; cada ventana, cada puerta, fue pintada con
la convicción de que tenían que estar exactamente ahí. Aun cuando pareciera un
almiar, era la casa más completa que jamás haya sido pintada. Ha sido un éxito,
porque la pequeña artista ha puesto todo su corazón y toda su alma, toda su
vida, en realizar esa pintura.
Eso es salud: éxito y felicidad, y
un auténtico servicio al prójimo, servir a nuestra manera a través del amor en
una completa libertad.
Venimos al mundo con el conocimiento
del cuadro que debemos pintar y hemos trazado ya el camino a través de nuestra
vida. Todo los que nos queda por hacer es darle forma. Recorremos nuestro
camino llenos de alegría e interés, y concentramos toda nuestra atención en el
perfeccionamiento de ese cuadro, poniendo en práctica, lo mejor que podemos,
nuestros pensamientos y objetivos en la vida física del entorno que hemos
elegido.
Si desde el principio hasta el final
perseguimos nuestros ideales con todas las fuerzas que poseemos, si aspiramos a
que nuestros deseos se hagan realidad, entonces no existe el fracaso sino más
bien, al contrario, nuestra vida se hace marcadamente exitosa, sana y
afortunada.
La historia misma de la pequeña
pintora pone en claro cómo las dificultades de la vida influyen en ese éxito y
en la salud, pudiéndonos apartar del sentido de nuestra existencia si se lo
permitimos.
La niña pinta febril y felizmente en
su cuadro cuando de repente pasa alguien por su lado y opina: “¿Por qué no
pintas aquí una ventana y ahí una puerta? También, el camino de entrada debería
cruzar así el jardín.” Esto tendrá como consecuencia el que la pequeña pierda
por completo el interés en su trabajo. Quizá siga pintando, pero ahora está
plasmando sobre el papel la idea de otra persona. De alguna manera, le enfada,
irrita, la hace infeliz y tiene miedo de rechazar esas propuestas. Quizá
comience a odiar el cuadro y probablemente lo haga añicos. En realidad, la
reacción que tenga depende del tipo de personalidad del niño.
Cuando el cuadro esté listo, es
probable que en él sea fácilmente reconocible una casa, pero el cuadro es
incompleto y un fracaso, porque representa la interpretación del pensamiento de
otra persona y no la interpretación del niño. Como regalo de cumpleaños ha
perdido su valor, por que ya no podrá ser terminado a tiempo, y la madre tendrá
que esperar un año más al regalo.
Ésta es la enfermedad: la reacción
de la injerencia. Es un fracaso e infelicidad transitoria que se establece en
nuestras vidas cuando permitimos que otros se inmiscuyan en el sentido de
nuestra existencia sembrando la duda, el miedo o la indiferencia.
Capítulo 2. La
salud depende de que estemos en armonía con nuestra alma
Es de esencial importancia el que entendamos el verdadero significado de salud
y enfermedad. La salud es nuestra herencia, nuestro derecho. Salud es la unidad
completa del alma, cuerpo y espíritu, y eso no es tan difícil de conseguir, ni
tampoco es un ideal que nos quede tan lejos sino, más bien, algo que puede ser
logrado sin mucho esfuerzo y de manera natural.
Todos los objetos terrenales no son
otra cosa que la interpretación de objetos espirituales. Incluso detrás del acontecimiento
más insignificante se esconde una finalidad divina. Cada uno de nosotros tiene
una misión divina en este mundo, y nuestras almas utilizan nuestro espíritu y
nuestro cuerpo como instrumentos para poder llevar a cabo este objetivo, de tal
manera que cuando estos tres aspectos funcionan en mutua armonía, la
consecuencia es entonces la salud total y la felicidad absoluta.
Una tarea divina no significa una
víctima. No quiere decir que debamos retirarnos del mundo y apartar de nosotros
la alegría de la belleza y la naturaleza. Todo lo contrario, significa que
disfrutamos de todas estas cosas de manera todavía más amplia y plena. Señala,
también que el trabajo que amamos lo hacemos con nuestro corazón y nuestra
alma, indiferentemente de que se trate del trabajo de la casa, de la
agricultura, pintura o escenificación, independientemente de que sirvamos a
nuestros semejantes en una tienda o en el hogar. Si amamos ese trabajo sobre
todo lo demás, sea lo que sea, entonces se trata del mandato concreto de nuestra
alma, del trabajo que debemos desempeñar en este mundo, y es en este trabajo en
el único que podremos desarrollar nuestro verdadero yo y podremos poner en
práctica su mensaje de una manera material y habitual.
Por lo tanto, a través de nuestra
salud y nuestra fortuna podemos juzgar hasta qué punto interpretamos
correctamente ese mensaje.
En las personas están presentes
todas las cualidades espirituales y nosotros venimos a este mundo para
manifestar estas características una tras otra, para perfeccionarlas y
fortalecerlas, de manera que ninguna experiencia ni dificultad puedan
debilitarlas o llegue a apartarnos del cumplimiento de ese sentido de la vida.
Nosotros elegimos nuestra ocupación terrenal y las condiciones de vida externa
que nos brindan la mejor oportunidad para probarnos. Venimos al mundo con una
completa consciencia de nuestra especial tarea. Nos sabemos nacidos con el
inimaginable privilegio de que todas nuestras luchas han sido ganadas antes de
que las hayamos comenzado, de que la victoria nos es cierta antes de que se
haya establecido la prueba, porque sabemos que nosotros somos hijos de Dios y
que, por lo tanto, somos divinos e invencibles. Con esta revelación, la vida es
una pura alegría. Podemos considerar todas las duras y difíciles experiencias
de la vida como una aventura, ya que no debemos hacer otra cosa que reconocer
nuestro poder, defender sinceramente nuestra divinidad, y entonces las
dificultades se esfumarán como la niebla ante los rayos del sol. De hecho, Dios
da a sus hijos la soberanía sobre todas las cosas.
Si sólo le prestamos atención a
ellas, nuestras almas nos conducirán en cada ocasión y en cada situación
difícil. Y cuando el espíritu y el cuerpo hayan sido guiados, marcharán por la
vida irradiando felicidad y salud, tan libres de preocupaciones y
responsabilidades como un pequeño y confiado niño.
Capítulo 3.
Nuestras almas son perfectas. Somos hijos de Dios, y todo lo que nuestra alma
nos obliga a hacer es por nuestro bien
Por esta razón, la salud es el
reconocimiento más cierto de lo que somos. Nosotros somos perfectos, somos los
hijos de Dios. No tenemos que aspirar a lo que ya hemos alcanzado. Estamos en
este mundo únicamente para manifestar la perfección en su forma material con la
que estamos bendecidos desde el comienzo de los tiempos. Salud significa
obedecer las órdenes de nuestra alma, ser confiados como un niño pequeño,
mantener el intelecto a raya con sus argumentos lógicos (el árbol de la
sabiduría de lo bueno y de lo malo), con sus pros y sus contras, con sus miedos
preconcebidos. Salud significa ignorar lo convencional, las imaginaciones
banales, así como las órdenes de otras personas con el fin de que podamos ir
por la vida inalterados, indemnes y libres para poder así servir a nuestros
semejantes.
Podemos medir nuestra salud según
nuestra felicidad, y nuestra felicidad refleja la obediencia a nuestra alma. No
es necesario ser un monje o una monja, o aislarse del mundo. El mundo está ahí
precisamente para que lo disfrutemos y para que le sirvamos. Y sólo sirviéndole
motivados por el amor y la felicidad, podremos ser útiles de verdad y dar lo
mejor de nosotros. Cuando se hace algo por obligación, quizás hasta con un
sentimiento de enojo o de impaciencia, el trabajo realizado no vale nada,
siendo el despilfarro de un tiempo muy valioso que podríamos dedicar a uno de
nuestros semejantes que realmente necesitase nuestra ayuda.
No es necesario analizar la verdad, ni justificarla o hablar demasiado sobre
ella. Se la reconoce a la velocidad de un rayo. La verdad es parte de nuestro
carácter. Solamente necesitamos una gran fuerza de convicción para las cosas
insustanciales y complicadas de la vida que han conducido al desarrollo del
intelecto. Las cosas que cuentan son las cosas simples: son aquellas en cuyo
caso decimos: “¿Por qué? Es verdad. Parece que siempre lo he sabido.” Y así
ocurre con la percepción de la felicidad que sentimos siempre que vivíamos en
armonía con nuestro yo espiritual. Cuanto más estrecha es la relación, tanto
mayor será la alegría. Piensen en lo radiante de felicidad que se encuentra una
novia en la mañana del día de su boda, en el arrobamiento de una madre con su
recién nacido y en el éxtasis de un artista en la culminación de su obra
maestra. Ésos son los momentos en los que se extiende la unidad espiritual.
Imagínense por un momento lo
maravillosa que sería la vida si todos pudiéramos vivir con esa alegría. Y eso
es posible si no perdemos la obra de nuestra vida.
Capítulo 4. Si
seguimos nuestros propios instintos, nuestros deseos, nuestros pensamientos,
nuestras necesidades... entonces no deberíamos conocer otra cosa más que
alegría y salud
Escuchar la voz de nuestra alma no
es ningún objetivo imposible. Siempre que estemos dispuestos a reconocerlo,
resultará muy fácil. La sencillez es la palabra clave de toda creación.
Nuestra alma (suave y delicada voz,
la propia voz de Dios), nos habla a través de nuestra intuición, nuestros
instintos, nuestros deseos, ideales, nuestras preferencias y desafectos
habituales. De cualquier manera, es más fácil para nosotros si nosotros mismos
la oímos, ¿Cómo si no podría Él hablar con nosotros? Nuestros verdaderos
instintos, deseos, preferencias o aversiones nos han sido otorgados para que
podamos interpretar las órdenes espirituales de nuestra alma con la ayuda de
nuestra limitada percepción física, ya que a muchos de nosotros no nos es
posible todavía vivir en una compenetración directa con su yo espiritual. Estas
órdenes deben ser acatadas sin rechistar, porque únicamente el alma sabe qué
experiencias son necesarias para el desarrollo de nuestra personalidad
individual. Sea cual sea el mandamiento –se haga patente de forma trivial o
cautelosa, se manifieste como un deseo por una taza de té o como la necesidad
de la transformación total de nuestro estilo de vida–, debe ser obedecido de
manera complaciente. El alma sabe que el estar satisfecho es el único camino
para la sanación de cualquier mal que en este mundo consideramos como pecado o
error, ya que mientras la globalidad se revela en contra de una cierta manera
de actuar, no se subsana el error, sino que seguirá existiendo latentemente. Es
mucho más fácil y rápido seguir metiendo el dedo en la mermelada hasta que uno
se ponga malo y ya no le queden más ganas de probarla. Nuestras verdaderas
necesidades, los deseos de nuestro verdadero “yo”, no deben ser confundidos con
los deseos y las necesidades que tan a menudo nos meten otras personas en la
cabeza o con la conciencia, que, al fin y al cabo, es lo mismo pero con otras
palabras. No debemos hacer caso de cómo el mundo interpreta nuestra manera de
actuar. Sólo nuestra alma es responsable de nuestro bienestar, nuestra buena
reputación está en Sus Manos. Debemos tener la certeza de que únicamente existe
un pecado: el pecado de no obedecer las órdenes de nuestra propia divinidad.
Esto es un pecado frente a Dios y a nuestros semejantes. Estos deseos,
inspiraciones y necesidades no son nunca egoístas, nos afectan únicamente a
nosotros, son siempre adecuados y nos aportan salud mental y corporal.
La enfermedad es la consecuencia de
la resistencia de la personalidad frente al liderazgo del alma que se
manifiesta corporalmente. La enfermedad se presenta cuando hacemos oídos sordos
a la voz “suave y delicada” y olvidamos la divinidad que hay en nosotros, o
cuando intentamos imponer a otros nuestros deseos o permitimos que sus
propuestas, ideas y órdenes nos influyan.
Cuanto más nos liberamos de
influencias externas, de influencias de otras personas, tanto más nuestra alma
puede servirse de nosotros para realizar la obra de Dios. Sólo cuando
intentamos dominar a los otros o ejercer un control sobre ellos nos convertimos
en egoístas: Pero el mundo pretende hacernos creer que es egoísta aquel que
sigue sus propios deseos. El motivo para ello es que el mundo nos quiere esclavizar,
ya que, en realidad, solamente podemos servir al bienestar de la humanidad si
realizamos nuestro verdadero “yo” y conseguimos expresarlo sin limitaciones.
Shakespeare pronunció una gran verdad cuando dijo: “Si eres sincero contigo
mismo, entonces necesariamente se desprenderá de ello que no puedes ser
deshonesto frente a otras personas. Esto está tan claro como que la noche sigue
al día".
La abeja que elige una determinada
flor para recoger miel es el instrumento que servirá para diseminar el polen,
que es imprescindible para las jóvenes plantas de la futura vida.
Capítulo 5. Si
permitimos que otros se inmiscuyan en nuestra vida, entonces ya no podremos oír
las órdenes de nuestra alma conduciéndonos a la desarmonía y a la enfermedad.
El momento en que el pensamiento de otra persona irrumpe en nuestro espíritu
nos desvía de nuestro verdadero rumbo
Con nuestro nacimiento, Dios nos otorgó el privilegio de una individualidad
única. Nos confió una tarea especial que sólo cada uno de nosotros podemos hacer.
Él indicó a cada persona el camino propio que debe seguir sin que haya nada que
le obstaculice. Por lo tanto, queremos estar pendientes para no permitir
ninguna intromisión por parte de otros y, lo que quizás es aún más importante,
que no nos inmiscuyamos bajo ningún concepto en la vida de los otros. Ahí
reside la verdadera salud, el verdadero servicio al prójimo y la realización
del sentido de nuestra vida.
En la vida de todas las personas se
producen intromisiones. Forman parte del plan divino, y son necesarias para que
podamos aprender cómo resistirnos a ellas. De hecho, podemos considerarlas como
contrincantes verdaderamente útiles, cuya existencia está únicamente
justificada por la circunstancia de que nos ayuden a hacernos más fuertes y a
reconocer nuestra divinidad e invencibilidad. También debemos saber que sólo
cobran importancia e impiden nuestro progreso si permitimos que nos influyan.
El ritmo de nuestro progreso depende únicamente de nosotros. Es nuestra
decisión si permitimos que nuestra tarea divina sea obstaculizada o si
aceptamos la manifestación de la intromisión (llamada enfermedad), lo que
provocaría nuestra limitación corporal y nuestro sufrimiento. La alternativa es
que nosotros, que somos los hijos de Dios, nos sirvamos de esta intromisión
para reafirmarnos aún más en el sentido de nuestra vida.
Cuantos más obstáculos haya en el
camino de nuestra vida, tanto más seguros podremos estar del valor de nuestra
tarea. Florence Nightingale logró su objetivo a pesar de la oposición de toda una
nación. Galileo creía que la Tierra era redonda, aunque todo el mundo creía lo
contrario, y el pequeño patito feo se convirtió en un cisne, aunque toda su
familia se había burlado de él.
No tenemos ningún derecho a
inmiscuirnos, sea de la manera que sea, en la vida de cualquier otro hijo de
Dios. Únicamente nosotros tenemos el poder y la sabiduría para culminar la
tarea adjudicada a cada uno de nosotros. Solamente cuando hacemos caso omiso de
este hecho e intentamos imponer nuestras tareas a otros o permitimos que otros
se inmiscuyan en nuestro trabajo, entonces irrumpe la desarmonía y la tensión
en nuestras vidas.
Esta desarmonía y enfermedad se manifiesta en nuestro cuerpo y sirve únicamente
para reflejar el funcionamiento de nuestra alma, de la misma manera que una
sonrisa ilumina nuestros rostros o la ira los endurece. Esto mismo se puede
aplicar a cosas mayores. El cuerpo refleja los verdaderos motivos de la
enfermedad, tales como el miedo, indecisión, dudas, etc., a través del desorden
de sus sistemas y tejidos.
Por este motivo, la enfermedad es la
consecuencia de distorsiones e intromisiones al irrumpir en la vida de otro o
permitir que otros lo hagan en la nuestra.
Capítulo 6.
Todo lo que tenemos que hacer es salvaguardar nuestra personalidad, vivir
nuestra propia vida, ser el capitán de nuestro propio barco, y así todo saldrá
bien
En nosotros existen importantes
características, a través de las que nos vamos perfeccionando poco a poco,
concentrándonos posiblemente en una o dos a la vez. Son aquellas
características que en la vida terrenal de todos los grandes maestros que ha
habido de tiempo en tiempo se han puesto de manifiesto para enseñarnos y
ayudarnos a reconocer lo sencillo que es superar todas nuestras dificultades.
Éstas son las siguientes posibilidades:
Amor Indulgencia Sabiduría
Simpatía Fuerza Perdón
Paz Comprensión Valor
Firmeza Tolerancia Alegría
Al perfeccionar en nosotros mismos
estas cualidades, cada uno se hace que el mundo se aproxime un poco más a su
definitiva e inimaginablemente gloriosa meta. Cuando reconocemos que no
aspiramos a un beneficio egoísta o a ventajas personales, sino a que cada
individuo –sea rico o pobre, sea de un elevado o bajo nivel social– tenga la
misma importancia dentro del proyecto divino y cuente con los mismos poderosos
privilegios para convertirse simplemente en el salvador del mundo a través del
conocimiento de que es una criatura del Creador. Y al igual que existen esas
cualidades, esos pasos hacia la perfección, también se dan obstáculos o
impedimentos que tienen la finalidad de fortalecernos en nuestro destino y en
nuestra constancia.
Las siguientes son las verdaderas
causas de la enfermedad:
Inhibición Indiferencia. Ignorancia
Miedo Debilidad Impaciencia
Intranquilidad Duda Temor
Indecisión Entusiasmo exagerado Aflicción
Si permitimos el libre acceso a
todos esos impedimentos, éstos se reflejarán en nuestro cuerpo, originando lo
que llamamos enfermedad. Al no entender las verdaderas causas de la enfermedad,
hemos atribuido esta desarmonía a influencias externas, a agentes
desencadenantes de enfermedades, al frío o al calor, y a los resultados los
hemos denominado artritis, cáncer, asma, etc. Se suele creer que la enfermedad
tiene su origen en el cuerpo.
Además, existen determinados grupos
de individuos, cada uno con su propia función, es decir, muestran en el mundo
material una determinada lección que han aprendido. Cada uno tiene en ese grupo
una personalidad determinada e individual una labor precisa y una forma propia
de llevarlo a cabo. Éstas son también causas de las desarmonías, que se pueden
poner de manifiesto en forma de enfermedad si no permanecemos fieles a nuestra
personalidad individual y a nuestra labor.
La verdadera salud es felicidad, una
felicidad que es muy fácil de conseguir porque está origina da por pequeñas
cosas, como puede ser hacer aquello que hacemos con gusto como, por ejemplo
pasar nuestro tiempo con aquellas personas que realmente queremos. En esas
situaciones no existe tensión, ni esfuerzo, ni ambición por lo inalcanzable. La
salud está ahí para nosotros, y podemos aceptarla en cualquier momento, a
voluntad. Se trata de averiguar la labor para la que somos aptos y dedicarnos
por entero a ella. Ay tantas personas que suprimen sus verdaderas necesidades y
se convierten en personas que se desarrollan en el sitio equivocado. Como
consecuencia de los deseos de su padre o de su madre, un hijo se convierte en
abogado, soldado u hombre de negocios, cuando lo que en realidad quería ser era
carpintero. O quizás el mundo pierda a otra Florence Nightingale por la
ambición de una madre que quiere ver a su hija bien casada. Este sentido del
deber es un sentimiento falso y, por eso, no brinda ningún servicio al mundo.
Trae consigo desgracia, y probablemente se despilfarrará gran parte de la vida
antes de que se pueda subsanar este error.
Érase una vez un maestro que dijo:
“¿No sabéis que tengo que obedecer la voluntad de mi padre?” Lo cual
significaba que debía obedecer su divinidad y no la voluntad de sus padres
terrenales.
Queremos encontrar y realizar
aquella cosa de la vida que realmente nos gusta. Deseamos convertir esa cosa en
una parte tan importante de nuestra vida para que se convierta en algo tan
natural como nuestra respiración, de la misma manera que para una abeja el
recoger miel forma parte de ella, o para un árbol el perder sus hojas en otoño
y volver a echar otras nuevas en primavera. Cuando investigamos la naturaleza,
comprobamos que cada animal, cada pájaro, cada árbol y cada flor desempeña un
papel determinado, ocupa un sitio propio, determinado y particular a través del
cual enriquece el mundo aportando su granito de arena.
Cada gusano que cumple con su
trabajo diario contribuye al riego y la limpieza de la tierra. La tierra
proporciona las sustancias alimenticias para todas las plantas. Y por otro
lado, la vegetación cuida de los hombres y de cada ser vivo, haciendo crecer
las plantas en la secuencia adecua da para mantener el suelo fértil. Viven para
la belleza y su sentido, y su labor es tan natural para ellas como la vida misma.
Y, cuando encontramos el trabajo
para el que estamos hechos, si forma parte de nosotros, su realización entonces
resulta muy fácil y hacerlo se convierte en una alegría. Nunca nos cansaremos
de hacerlo, es nuestro “hobby”. A través de ello se ponen de manifiesto todos
nuestros talentos y capacidades que están a la espera de ser desvelados.
Haciendo ese trabajo nos encontramos como en casa y podemos sacar lo mejor del
mismo si somos felices, lo que significa obedecer las órdenes de nuestra alma.
A lo mejor ya hemos encontrado el
trabajo idóneo. ¡Qué vida más maravillosa! Algunos saben ya desde su niñez cuál
será su vocación, dedicándose durante toda su vida a esta tarea. Otros, aun
sabiendo desde niños lo que quieren, cambian de opinión debido a otras propuestas
y a determinadas circunstancias de su vida, o bien son desilusionados por otras
personas. Sin embargo, todos nosotros podemos recuperar nuestro ideal y, aun
cuando no lo podamos reconocer inmediatamente, podemos ponernos en camino para
aspirar a él, ya que únicamente el ponernos un objetivo nos aportará consuelo
porque nuestras almas tienen paciencia con nosotros. El verdadero deseo, el
verdadero motivo, es lo que cuenta, es el verdadero éxito, sea cual sea el
resultado.
Por tanto, siga las órdenes de su “yo” espiritual.
Capítulo 7. Una
vez que hayamos reconocido nuestra divinidad, se hace todo mucho más sencillo
Al comienzo, Dios dio al hombre el dominio sobre todas las cosas. El hombre, la
criatura del Creador, tiene un motivo tan profundo para su desarmonía como la
ráfaga del aire que entra por una ventana abierta, “Nuestros errores no se
fundamentan en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos”, y qué agradecidos
y llenos de esperanza estaremos cuando seamos capaces de reconocer que la curación
también se encuentra en nosotros mismos. Cuando apartemos de nosotros la
desarmonía, el miedo, el temor o la indecisión, se restablecerá la armonía
entre el alma y el espíritu, y el cuerpo recuperará la perfección en todas sus
partes.
Independientemente de la enfermedad
que padezcamos, sea cual sea el resultado de esa desarmonía, podemos estar
seguros de que la sanación reside en el ámbito de nuestras posibilidades, ya
que nuestra alma nunca exige de nosotros más de lo que podemos realizar sin
esfuerzo.
Cada uno de nosotros es un sanador,
porque cada uno experimenta en su corazón amor por alguna cosa: por nuestros
semejantes, por los animales, la naturaleza o la belleza en alguna de sus
manifestaciones. Y cualquiera de nosotros quiere conservar ese amor y contribuir
a que sea cada vez mayor. Cada uno de nosotros también siente compasión por
aquellos que sufren. Esta compasión es totalmente natural porque todos
nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos padecido. Por este motivo, no
sólo nos podemos sanar a nosotros mismos, sino que también tenemos el
privilegio de encontrarnos en situación de ayudar a sanar a nuestros
semejantes, siendo los únicos requisitos para todo esto el amor y la compasión.
Nosotros, como hijos del Creador,
llevamos la perfección en nosotros mismos y venimos al mundo con el fin de
reconocer nuestra divinidad. Por esta razón, todos los exámenes y experiencias
de la vida no pueden hacer nada contra nosotros, ya que con la ayuda de este
poder divino todo es posible.
Capítulo 8. Las
plantas medicinales son aquellas cuyo poder les ha sido otorgado para ayudarnos
a conservar nuestra personalidad
Así como Dios Misericordioso nos ha
proporcionado alimento, también Él deja crecer entre las hierbas de las
praderas plantas maravillosas que nos deben sanar cuando estamos enfermos.
Ellas están ahí, para ofrecer al hombre una mano amiga cuando éste ha olvidado
su divinidad y permite que el miedo o el dolor impida su visión.
Éstas son las plantas medicinales:
Achicoria (Cichorium intybus).
Mímulo (Mimulus guttatus).
Agrimonia (Agrimonia eupatoria).
Scleranthus (Scleranthus annuus).
Clemátide (Clematis vitalba).
Centaura ( Centaurium umbellatum).
Genciana (Gentiana amarella).
Verbena (Verbena officinalis).
Ceratostigma (Cerastostigma willmottiana).
Impaciencia (Impatiens glandulifera).
Heliántemo (Helianthemun nummularium).
Violeta de agua (Hottonia palustris).
Cada planta medicinal se corresponde
con una de las cualidades humanas, y su finalidad consiste en fortalecer esa
cualidad, de tal forma que la personalidad pueda alzarse sobre los errores que
representan a la correspondiente piedra que se nos cruza en el camino.
En la siguiente tabla están
representados las cualidades, los errores y el remedio correspondiente que
ayuda a la personalidad a superar esos fallos.
ERROR REMEDIO VIRTUD
Bloqueo emocional Achicoria Amor
Miedo Mímulo Compasión
Intranquilidad Agrimonia Paz
Indecisión Scleranthus Estabilidad
Indiferencia Clemátide Benevolencia
Debilidad Centaura Fuerza
Duda exagerada Genciana Entendimiento
Entusiasmo exagerado Verbena Tolerancia
Ignorancia Ceratostigma Sabiduría
Impaciencia Impaciencia Perdón
Temor Heliántemo Valor
Aflicción Violeta de agua Alegría
Los remedios contienen una fuerza
curativa concreta que no tiene nada que ver con el creer a ciegas, ni su efecto
depende de aquel que la proporciona, al igual que un somnífero hace que el
paciente duerma, independientemente de que lo haya proporcionado el médico o la
enfermera.
Capítulo 9. La
Verdadera naturaleza de la enfermedad
En la verdadera curación no tiene
ningún significado la naturaleza ni el nombre de la enfermedad física. La
enfermedad del cuerpo, en sí misma, no es otra cosa más que el resultado de la
desarmonía entre el alma y el espíritu. Representa sólo un síntoma de la
verdadera causa y, dado que la misma causa se manifiesta de manera diferente
casi en cada uno de nosotros, debemos intentar apartar la causa, desapareciendo
automáticamente las consecuencias, cualesquiera que éstas fueran.
Esto lo podemos entender todavía
mejor de manos del suicidio. El suicidio no ocurre por sí mismo. Algunas
personas se cuelgan desde una gran altura; otros toman veneno, pero detrás de
cualquier manifestación del suicidio se esconde la desesperación. Si podemos
ayudar a esas personas que piensan en el suicidio a superar su desesperación y
a que encuentren alguien o algo por lo que vivir, entonces están curadas para
largo plazo. Si lo único que hacemos es retirarles el veneno, entonces
únicamente los habremos salvado temporalmente. Más tarde intentarán, de nuevo y
en cualquier momento, suicidarse. También el miedo tiene diferentes efectos
según las personas. Algunas se quedan blancas, otras se ponen rojas, algunas se
vuelven histéricas y, de nuevo, otras se enmudecen. Si logramos explicarles lo
que es el miedo y les mostramos que son suficientemente fuertes para poder
superar y enfrentarse a todo, entonces no habrá nada que pueda asustarlas. El
niño no volverá a tener miedo de esa sombra en la pared cuando se le dé una
vela y se le muestre cómo se originan esas sombras que bailan en la pared.
Durante demasiado tiempo hemos
culpado a los agentes patógenos, resistentes a la alimentación y los hemos
considerado como las causas de las enfermedades. Pero algunos de nosotros somos
inmunes a epidemias de gripe, otras aman ese frescor que trae el viento frío, y
otros muchos pueden comer queso y tomarse por la noche un café solo sin ponerse
enfermos.
Nada en la naturaleza nos puede
dañar si somos felices y armónicos, ya que precisamente para todo lo contrario
está ahí la Naturaleza: para nuestro beneficio y disfrute. Sólo cuando
permitimos que la duda y la depresión, la indecisión o el miedo crezca en
nosotros, somos susceptibles ante las influencias externas. Por lo tanto, la
verdadera causa que se esconde tras la enfermedad es el estado del paciente y
no su constitución física.
Cada enfermedad, sea todo lo grave
que se quiera, puede ser curada siempre que se recupere la felicidad del
paciente y éste desarrolle el deseo de retomar la obra de su vida. Con
frecuencia se necesita para ello una transformación mínima en su estilo de
vida, cualquier idea fija insignificante que le hace intolerante frente a los
demás, cualquier responsabilidad falsa que le esclaviza cuando podría hacer
algo bueno. Existen siete maravillosos estadios en la curación de la enfermedad
y son los siguientes:
Paz. Esperanza. Alegría. Confianza.
Certeza. Sabiduría. Amor.
Capítulo 10.
Para que nosotros mismos seamos libres, debemos dar libertad a los demás
La meta última de la humanidad es la
perfección, y para alcanzar ese estado el hombre debe aprender a caminar ileso
por entre las diferentes experiencias de la vida. Debe enfrentarse a todos los
obstáculos y tentaciones sin permitir ser apartado de su camino. Si lo
consigue, se verá libre de todas las dificultades, injusticias y padecimientos
de la vida. Esa persona ha almacenado en su alma el amor perfecto, la
sabiduría, el valor, la tolerancia y la comprensión que son el resultado de
saber y ver todo, ya que el maestro perfecto es aquel que ha vivido todas las
experiencias.
Nosotros podemos hacer de ese viaje
por la vida una breve y satisfactoria experiencia cuando re conocemos que la
libertad de servidumbre sólo se consigue si damos libertad a los demás. Seremos
libres cuando demos libertad a los demás, ya que sólo podemos aprender a través
de nuestro buen ejemplo, es decir, dando libertad a todas aquellas personas que
tienen que ver con nosotros. Cuando demos libertad a cada ser vivo y a todos
los que están a nuestro alrededor, entonces seremos nosotros libres. Si
comprobamos que no intentamos controlar o manejar la vida del otro hasta en el
más mínimo detalle, entonces nos daremos cuenta de que la intromisión ha
desaparecido de nuestras vidas, porque son precisamente aquellas personas a las
que tenemos maniatadas las que nos esclavizan. Érase una vez un hombre que
estaba tan aferrado a sus propiedades que no pudo aceptar un regalo de Dios.
Nos podemos liberar fácilmente del
dominio de los otros concediéndoles, primero, una libertad total y, segundo,
negándonos suavemente a permitir ser dominados por ellos. Lord Nelson fue muy
sabio cuando en una ocasión miró a través del telescopio con su ojo ciego. Sin
obligación, sin oposición, sin odio y sin enemistad. Nuestros contrincantes son
nuestros amigos, hacen que el juego merezca la pena, y al final del mismo todos
deberíamos darnos la mano.
No sería lógico esperar que los
otros hagan lo que queremos. Sus ideas son correctas, y aunque sus caminos
discurran en una dirección diferente al nuestro, nuestra meta es la misma al
final del camino. Comprobamos que no hacemos justicia a nuestros deseos si
forzamos a los otros a que tengan los mismos.
Nos podemos comparar con una revista
que es distribuida en los diferentes países del mundo: se dirigen a Asia, otras
a Canadá, algunas otras a Australia y luego regresan al mismo puerto. ¿Por qué
seguir entonces al barco que va al Canadá si queremos dirigirnos a Australia?
Eso representa únicamente un retraso innecesario.
Aquí puede suceder de nuevo que no
reconozcamos la pequeñez que nos tiene presos. Las cosas que nosotros queremos
capturar son aquellas que nos capturan a nosotros. Eso puede ser una casa, un
jardín, un mueble, etc. Incluso ellos tienen su derecho a la libertad. Las
posesiones terrenales son finalmente perecederas, despiertan el miedo y la
preocupación, porque nosotros en nuestro interior somos conscientes de su
inevitable pérdida final. Estas cosas están ahí para que las disfrutemos,
admiremos y las agotemos totalmente, pero no para que consigan un significado
tan grande como para convertirse en cadenas.
Si damos libertad a todos y a todo
lo que nos rodea, comprobaremos que seremos mucho más ricos en amor y
propiedades que nunca anteriormente, ya que el amor que da libertad es el gran
amor que une todavía más.
Capítulo 11.
Sanación
Desde tiempos inmemoriales, la
Humanidad ha reconocido que nuestro Creador, en su amor, ha hecho crecer
hierbas en las praderas que nos permiten sanar, así como cereales y frutas para
nuestro alimento.
Los astrólogos que han investigado
las estrellas, y los homeópatas que han estudiado las plantas han buscado desde
siempre el remedio que nos ayude a mantener nuestra salud y nuestra alegría de
vivir.
Para encontrar el remedio que nos
pueda ayudar, debemos encontrar primero la meta de nuestra vida, el objetivo al
que aspiramos, y entender las dificultades de nuestra vida. A estas
dificultades las denominamos errores o debilidades, pero no queremos dejarnos
intranquilizar por ellas, ya que no son otra cosa más que la prueba de que
estamos realizando grandes cosas. Nuestros errores deberían ser nuestros
estimulantes, porque eso significa que tenemos grandes objetivos.
Debemos adivinar qué batallas
podemos soportar y a qué enemigo intentamos vencer especialmente, entonces
podemos recoger agradecidamente la planta que es apropiada para ayudarnos a
vencer. Deberíamos aceptar esas plantas de la naturaleza como una riqueza
medicinal, como el regalo divino de nuestro Creador para ayudarnos con nuestras
dificultades.
Durante la verdadera curación no
desaparece ningún pensamiento de la enfermedad. Lo que se tiene en
consideración es el estado espiritual, sólo el problema espiritual. Lo que
importa es dónde no nos hallamos en armonía con el plan divino. Esta desarmonía
con nuestro yo espiritual puede provocar cientos de diferentes debilidades en
nuestro cuerpo, ya que, al fin y al cabo, nuestro cuerpo lo que hace es
reproducir el estado de nuestro espíritu, pero ¿qué papel juega? Si volvemos a
poner en orden nuestro espíritu , entonces el cuerpo también sanará
rápidamente. Resulta tal y como Cristo nos enseñó: “¿Qué es más fácil de decir
que tus pecados te son perdonados, o levántate y anda?” Por eso queremos volver
a dejar claro que nuestra enfermedad corporal no juega ningún papel. Es el
estado de nuestro espíritu, y sólo eso, lo que importa. Ignoran do
completamente la enfermedad que padecemos, debemos por ello sólo tener en
cuenta a cuál de los siguientes tipos de personalidad pertenecemos.
Si se tuvieran dudas a la hora de
elegir el remedio apropiado para cada uno, nos ayudaría si nos preguntásemos
qué virtudes admiramos más en los otros o que defectos de las otras personas
nos causan un rechazo más enérgico, ya que esos defectos que precisamente
queremos eliminar en nosotros son los que más odiamos en las otras personas. De
esta manera nos vemos incitados a eliminarlos en nosotros mismos.
Todos nosotros somos sanadores y,
con nuestro amor y compasión, estamos en circunstancias para ayudar a aquellas
personas que realmente quieren sanar. Busque el conflicto espiritual del
paciente que se esconde tras la enfermedad, déle el remedio que le ayudará a
superar ese defecto y todas las esperanzas y estímulos que le pueda entregar, y
la fuerza curativa en él hará el resto.
Capítulo 12.
Los remedios
(...)
Todos nosotros podemos hacernos con
el valor necesario y conservar un corazón valiente ya que Dios nos ha puesto en
este mundo para un objetivo aún mayor.
Él quiere que sepamos que somos sus
hijos y que reconozcamos nuestra propia divinidad. Él desea que seamos
perfectos, sanos y felices. Él pretende que sepamos que, a través de su amor,
podemos conseguir todo, y nos recuerda que cuando lo olvidamos, entonces
padecemos y pasamos a ser infelices. Él quiere que la vida de cada uno de
nosotros esté llena de alegría, salud y un completo amor y servicio al prójimo,
tal y como Cristo nos enseño: “Mi yugo y mi carga son ligeros”.
Estos remedios pueden ser elaborados
por productores homeopáticos. También uno mismo los puede elaborar siguiendo
los pasos que se describen a continuación:
- Coja una fuente de cristal no muy honda y llénela con agua de río o,
preferentemente, de una fuente. Introduzca suficientes flores de la planta
deseada, de manera que la superficie esté cubierta. Deje la fuente bajo el sol
el tiempo necesario hasta que las flores comiencen a marchitarse. Saque
cuidadosamente las flores y reparta el agua en botellas, mezclándola con la
misma cantidad de coñac para su conservación.
- Una sola gota es suficiente para
preparar 0,2 litros (200 ml), con agua (dilución en agua de la solución stock o
madre de arriba), de la que se tomarán las dosis necesarias utilizando como
medida una cucharilla.
- La dosis debería ser medida en la
forma que el paciente considere necesaria; para casos agudos tomar cada hora;
en casos crónicos, tres o cuatro veces al día, hasta que se perciba una mejora
y el paciente pueda prescindir del remedio.
- Y no olvidemos que siempre debemos
agradecer a Dios que haya hecho crecer todas esas plantas medicinales para
nuestra curación.
Fuente: Bach, Edward. LOS REMEDIOS FLORALES. ESCRITOS Y CONFERENCIAS. Ed.
Edaf. 1993